La poesía medieval es revolucionaria

María Brey y el «Libro de Buen Amor» –

Quien se haya dedicado alguna vez a la traducción habrá sentido posiblemente cómo esta une a menudo vidas distintas desde orillas diferentes del tiempo. Habitualmente, pensamos en idiomas más o menos lejanos. Sin embargo, más extraño aún es el quehacer del traductor cuando trabaja sobre una misma lengua separada por siglos de historia. 

Este es el caso del encuentro entre María Brey y Juan Ruiz. Separados por más de seiscientos años coincidieron en un texto, el Libro de Buen Amor, ella como la responsable de que millones de personas lo hayan leído gracias a su traducción al castellano contemporáneo; él como su autor, del que poco se sabe y mucho se ha especulado.

En 1966 la editorial Castalia publicó una versión actualizada del texto medieval, realizada por la bibliotecaria, arqueóloga y medievalista María Brey. Fue la primera vez que se hacía una adaptación moderna, de manera científica. Previamente, Alfonso Reyes había adaptado la ortografía y en 1941, Clemente Canales Toro había realizado en Chile una versión en exceso libre. Ambos trabajos, aunque importantes, no trascendieron los círculos académicos. Hoy en día, sin embargo, es práctica común adaptar un clásico, sobre todo en los manuales escolares. Ello se lo debemos al trabajo de María Brey, que desde un primer momento lo concibió como una manera de hacer asequible a cualquiera la belleza del texto antiguo.

Alumna de la Institución Libre de Enseñanza, por la que fue becada para ir a Madrid al Centro de Estudios Históricos en la década de 1920, María Brey dejó muy claras sus intenciones. En el prólogo a su traducción del Libro de Buen Amor afirma: «El médico y el financiero, el arquitecto y el hombre de leyes, el estudiante de nuestros institutos y el que da sus primeros pasos en la senda de las letras, el extranjero que quiere conocer nuestra literatura, el obrero manual, el poeta, el matemático, no deben estar al margen de esta cultura medieval que conserva el meollo y la explicación de nuestro desenvolvimiento literario, si a ello les llama su espíritu de curiosidad o sus aficiones». 

No obstante, tuvo que defenderse por adelantado, a pesar de ser licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Central de Bilbao, medievalista, bibliotecaria del Estado por oposición, colaboradora de la Hispanic Society de Nueva York. Incluso, publicó importantes estudios sobre Juan Valera y Meléndez Valdés entre otros. Pero su trabajo fue ninguneado en los círculos filológicos.

María Brey y su marido, Antonio Rodríguez Moñino.

Que en la década de 1960 alguien promoviese el librepensamiento en España era cuanto menos sospechoso. Si además, su intención era la de poner al alcance de todo el mundo una de las sagradas escrituras de nuestra tradición literaria, como es el Libro, la cosa adquiría tintes entre revolucionarios y sacrílegos. Pero si encima, pretendía hacerlo una mujer, entonces se convertía en un ataque en toda regla a la línea de flotación del establishment académico, formado en general por hombres de mediana edad, conservadores, muy celosos de su jerga y sus labores filológicas, imbuidos, excepto contados nombres, de las fantasías históricas y culturales nacionalcatólicas, donde el Cid era poco menos que un alter ego del dictador y el castellano, descendiente directo del latín de Séneca, sin una sola mancha de los dialectos musulmanes de la Península ibérica. 

Si las afinidades se buscan y se eligen en la vida, con los libros se encuentran y elaboran. Uno puede devorar best-sellers como gusanitos, pero también puede ir seleccionando con el corazón los autores y los libros que lo representan. Desde luego, no pienso que publicar una traducción de un texto, cuanto menos heterodoxo, y más en aquella época, fuese algo azaroso o motivado únicamente por la importancia capital de la obra. En nuestras acciones no podemos nunca desligar el sentimiento de la razón, separar aquello que nos conmueve de aquello que lleva a movernos. María Brey, tras el golpe de Estado de 1936, tuvo que huir a Valencia. Después fue detenida y condenada por «roja». Seguramente esto explica también las reticencias a sus traducciones rigurosas. Es posible que en su propia condición de mujer heterodoxa y perseguida pudiera verse reflejada en un texto como el Libro y en una figura como la del arcipreste de Hita.

El texto de Juan Ruiz, de mediados del siglo XIV, elaborado desde lo carnal y lo mestizo, promovía claramente el conocimiento superior a partir del gozo sensorial y material. Buscaba fomentar la autonomía del ser humano, a pesar de todo el envoltorio religioso que le han puesto sus exégetas. Es un libro en el que se mezclan lenguas, dialectos, horizontes culturales y religiosos. Se habla de sexo, de amor, de muerte, de amistad y de espiritualidad (religiosa y astrológica). Se trata de un libro cuya profundidad atrapa irremediablemente debido al humor y la ironía con los que se habla, tan modernos y tan nuestros. Nos sorprende y nos fascina porque nos vemos reflejados en él, como la raíz insoslayable de la que hemos crecido. 

Pero todo eso no podríamos apreciarlo sin el empeño contra corriente de personas que incluso se jugaron la vida por acercarnos nuestra cultura. En 1995, a la edad de ochenta y cinco años, murió María Brey casi como una completa desconocida. Como mucho, alguno se ha quedado con la anécdota de haber sido la «tía roja» de Mariano Rajoy. Afortunadamente, ahí sigue reeditándose con éxito su traducción. 

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