Cuentos del Café Maravillas –
José y su amigo Álex iban por su tercera copa, gintónic y brugalcola respectivamente.
–No hay manera de conocer a una chica medio normal, joder. El gran puto drama es que todas tienen alguna tara.
–Bueno, hombre.
–Que no, joder, que no hay ni una sola en Tinder que esté un poco relajada. Solo piensan en cómo impresionarte.
–A mí es que lo digital ya sabes que no me va.
–Es como ese concurso de la tele donde tienen citas y deben elegir con quién se van. Un rollo muy pasivo. Como un trofeo que tienes que ganarte a pico y pala.
–Bueno, pero a ti eso te va.
–Me estoy cansando.
Álex soltó una carcajada estruendosa.
–No te rías, que es verdad. Una parte de las tías espera que seas una especie de macho alfa, cachas y a la última moda. Con pasta. Pero la otra parte se queja todo el rato precisamente de esos hombres. Te dicen que lo que necesitan es alguien que las comprenda, que las deje ser ellas mismas.
–Pues ya está. Dinero no tienes…
–Claro. Pero cuando les dices que no eres celoso, que comprendes si ellas se enrollan con otros, se cabrean a muerte. La misma mierda que las otras. Solo quieren un padre para sus hijos.
–¡Y tú follarte a todo bicho viviente!
Sin dejar de reír, Álex hizo una pausa para darle un par de tragos al brugalcola, que sabía fuerte de narices, tal y como le había comentado hacía un rato a José. Arrugó el gesto y tomó aire. Pero José negó con la cabeza:
–Hay que ser un pésimo camarero para no poner un gintónic decente –su copa no estaba mal.
Álex insistió en que a él todo eso del Tinder y las relaciones online le pillaba un poco lejos. Sin embargo, le resultaba muy divertido. José asintió con la cabeza. Comprendía que su amigo llevaba muchos años fuera del mercado, con pareja y una vida asentada, algo que era de puta madre, le aclaró, pero que estaba en las antípodas de lo que sucedía en la actualidad. No podía ni imaginarse cómo habían cambiado las cosas de unos años a esta parte. Ahora ya nadie se conocía en los bares. De hecho, nadie iba a un bar para ligar como se hacía antes. Era improbable, y hasta un poco temerario, hablar con una desconocida. Eso ya no se hacía. La gente ahora tenía Tinder. Allí estaba todo el mundo y la cosa funcionaba como un puto escaparate, como si fueras a la carnicería y dijeras: me pones trescientos de carne picada. Todo era aparentar. Parecer más alto, más cachas, más moreno, más tío, más divertido. Y con las chicas lo mismo. Y por supuesto que algunas estaban rebuenas, pero a la larga, le confesó, no merecía la pena ni acercarse a ellas porque esas, las que más morritos ponían en las fotos y las que más se ponían en plan modelo, esas eran las primeras que luego te echaban en cara que no te comportaras como un tío, que no fueras tú quien dieras el primer paso, o se extrañaban si no las invitabas a una copa. Así, que la cosa había cambiado pero bien desde los tiempos de la uni, cuando los dos salían juntos los fines de semana a ligar con erasmus. Aquello era otro rollo. Ahora con el móvil se había vuelto todo mucho más impersonal.
–Y más complicado, ¿no?
José resopló a modo de queja resignada. Todo el mundo estaba enganchadísimo y no había más opciones. O te bajabas la puta aplicación o directamente no existías. Y sí, claro que tenía un punto divertido, le reconoció a Álex. Eso de tontear un poco en secreto, esa cosilla de mirón, molaba. Pero aunque igual podía resultarle raro, él solo quería conocer a alguien sencillo con quien poder hablar sin pretensiones, yendo más allá de lo que habías hecho el finde o de la última putada en el trabajo.
Álex lo interrumpió. Bajando la voz, le dijo a su amigo que estaba alucinando con la chica que acaba de entrar. Le parecía guapísima.
–Pero no te des la vuelta.
Como era de esperar, José se giró al instante.
–Muy, muy bien, joder. A pesar de llevar casado tanto tiempo, no has perdido el gusto.
Álex se defendió:
–La pareja te hace desarrollar un sexto sentido para huir del aburrimiento y la fealdad.
A él no le interesaba ligar. No tenía que pasarse todo el día mirando el móvil y, por eso, atendía al mundo de verdad, a lo que tenía delante, le dijo, como esa chica interesantísima a la que solo tenía la intención de contemplar, sin más, como quien mira un cuadro, porque ese era el motivo por el que uno tenía ojos y, además, él contaba con un cierto sentido de disfrute de la belleza. José se quedó cortado. Bebió de su gintónic. No era necesario que se pusiera así. Su intención no era meterse con él por tener pareja o algo por el estilo. No quería mal rollo y se disculpó si le había sentado mal. Levantó la copa y ofreció un brindis por los colegas y las chicas guapas. A Álex se le escapó un gruñido después del trago.

José continuó con la historia. Se había quedado en que tuvo un match con una chica, o sea, lo de darse un corazón mutuamente a sus fotos. De hecho, fue ella quien envió el primer mensaje, algo inédito en la historia de la puta aplicación, soltó con indignación, porque se hablaba mucho de que las relaciones se habían liberado de los viejos corsés, pero lo cierto y verdad es que era falso, lo cierto y verdad es que tenías que seguir siendo tú, hombre, el que diera el primer paso, y por eso le pareció acojonante cuando vio su mensaje tan directo y sin apenas rodeos. La chica le decía algo así como que en Tinder había muchos tíos, pero solo unos pocos merecían realmente estar ahí, de lo cual había que suponer que él sería uno de ellos. Álex y José lanzaron una carcajada casi al unísono, sin saber muy bien qué significaba tan dudoso privilegio. Sin embargo, ella lo tenía claro. Cerraba el mensaje anunciándole que estaría dispuesta a aclarárselo tomando una copa. Totalmente boquiabierto y confuso, José no supo qué decir. Esas cosas solo pasaban en las películas y tardó un rato en contestar. Pensó que si le escribía inmediatamente mostraría demasiado interés, y ya sabía que las cartas nunca se destapaban antes de tiempo. Precipitarse era un error fatal. Aunque ir demasiado despacio también podía matar el interés. A la media hora le respondió. Si ella quería jugar, había encontrado un ludópata. A pesar de que no sabía muy bien lo que podría encontrarse. Sin una foto nítida de cara ni una descripción seria de sus gustos, su perfil resultaba más un acertijo que otra cosa. Se sintió muy excitado, le confesó a Álex. Le puso a mil no saber nada de ella, ni siquiera cómo era su físico. Un desafío al apetito sexual. De manera que acabaron quedando el viernes por la tarde. Pero entremedias se estuvieron mandando mensajitos, chorradas, ese tipo de cosas. Empezó ella con el tono del primer día y luego fueron subiendo poco a poco la temperatura. ¿Quién no lo hubiera hecho? Si lo que tenía el puto Tinder precisamente era la cosa de poder jugar. Lo único por lo que merecía la pena descargarse la aplicación era por eso, porque todo el mundo estaba de acuerdo en que era un juego, incluso con todo lo mierda que parecía. Así, que cuando llegó el viernes, tenía un subidón de la leche. La cabeza le daba vueltas y solo podía pensar en la triunfada que le esperaba esa misma noche, le dijo a Álex alzando un poco más la voz y chasqueando los dedos delante de su cara, pues desde hacía lo menos un minuto su amigo no dejaba de mirar absolutamente embobado a la chica del otro extremo de la barra.
–Que bajes a la Tierra…
Hacía millones de años que no le pasaba eso.
–La falta de costumbre –se excusó.
–Y el régimen de celibato al que Lucía te tiene sometido.
Álex no pudo evitar la risa. Una risa que por fin lo trajo de vuelta a este mundo y que le contagió a José, pero de pura excitación y nervios. Llamó al camarero para que les pusiera otro gintónic y otro brugalcola, aunque esperaba que esta vez mejor servidos, advirtió entre risas, porque los anteriores los había cargado demasiado, y por favor, la tónica no se agitaba. José retomó el hilo. La chica y él habían quedado allí mismo, el viernes, a las diez, por lo que estaba nervioso de narices. Ella le había dicho que llevaría puesto un lazo rojo en el pelo. José se puso una camiseta negra. Así, que entró en el bar, echó un vistazo y no la vio. Había llegado un poco pronto. Pensó que sería bueno elegir el lugar. Y se sentó en la mesita baja, donde la estantería con libros. Desde ahí podía observar quién entraba y quién salía sin que lo vieran. Se pidió una caña y a esperar. Pasaron diez minutos y allí no aparecía nadie. Llegó la hora a la que habían quedado y entraron un par de grupitos. Ninguna chica con lazo rojo. Comenzó a inquietarse. A lo mejor se le había olvidado o le había pasado algo. Y cuando ya eran las diez y cuarto y lo daba todo por perdido, de repente se le acercó una persona. Álex, distraído otra vez con la chica del otro extremo de la barra, no se dio cuenta de la pausa dramática que acababa de hacer su amigo. José, despacio y vocalizando bien, intentando atraer su atención, dijo en voz alta:
–¡Helena!
Como si lo hubieran pinchado con un alfiler, Álex reaccionó.
–¡Tu ex!
–Bueno, solo salimos tres o cuatro veces.
Álex se encogió de hombros. Sacó el móvil y miró si tenía algún mensaje. Pero a José no le daba igual. No era lo mismo salir con alguien que haberla visto tres o cuatro veces. Eso en su pueblo se llamaba «rollo». Así, que no era su ex. Era Helena, sin más. Aún así, cuando la vio, se levantó y le dio dos besos. Le preguntó qué tal le iba, intentando ser majo. Ella parecía contenta. Irónica, como siempre. Luego le preguntó a José cómo estaba, qué hacía allí, si había quedado con alguien.
–¿Y qué le dijiste?
–Pues que había quedado contigo.
–¡Qué cabrón, no pierdes una!
Entonces, con una sonrisa de oreja a oreja, Helena sacó un pañuelo rojo, estirándolo primero, para hacerlo bien visible, y doblándolo después como si en realidad se tratara de un látigo. Álex puso los ojos como platos. José hizo otra pausa, dándole un trago al gintónic, que ahora estaba un poco mejor. La chica se apretó el lazo en una coleta bien tirante. Lo miró y le soltó las mismas palabras con las que lo había enganchado para quedar:
–Hay muchos tíos en Tinder, pero solo algunos se merecen estar –y añadió–, para que todas sepan lo cabrón que eres.
Álex miraba alternativamente al móvil y a la chica del otro extremo de la barra.
–¿Y qué hiciste?
–Me cagué en la madre que me parió. Le dije que cómo era tan perra.
–Pues sí que es rencorosa Helenita.
–¡Flipante! –concluyó José.
Sin dejar de toquetear el móvil, Álex negó con la cabeza.
–Flipante es esto.
Le enseñó a José un perfil de Instagram que ahora descubría que era falso. Llevaba el mismo nombre y la misma foto de la supuesta chica de Tinder. Había estado pregonando su hazaña durante, al menos, dos semanas. Le había pedido amistad a todo el círculo de amigos de José e incluso, le desveló Álex entre carcajadas mientras navegaba por sus fotos, parecía que había creado su propio hashtag para la ocasión. #AEsteLeHagoUnMatch. Y se había hecho una foto con el pañuelo rojo. José se quedó pálido. Durante un par de segundos no supo qué decir. Le dio un trago a la copa.
–¿Y cómo es que yo no me he enterado?
Álex se guardó el móvil en el bolsillo.
–Porque mucha red social y mucho Tinder, pero lo básico no lo tienes. Eso es lo flipante.
José se quedó más chafado que al principio. Su amigo cogió el brugalcola y se levantó.
–Y ahora, si me disculpas…
Se fue al otro extremo de la barra y se puso a hablar con la chica.
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