El compromiso Limónov

En su biografía sobre Limónov, Emmanuel Carrère se pregunta en un momento dado cómo es posible que, a la vista del perfil a veces reaccionario, a veces incluso casi criminal que va retratando, pueda llegar a gustarnos esa persona y la juzguemos por una buena. 

No soy nada dado a leer biografías. De hecho, me cuesta recordar si he leído alguna más. Pero acabo de terminarme la de Eduard Veniamínovich Savenko, alias Limónov, con la sensación de haber disfrutado de uno de los mejores y más extraños libros de los últimos años, y en tiempo récord (tres semanas para casi cuatrocientas páginas, si pensamos que también están mi hijo, el trabajo y mi pareja, es la velocidad de la luz). Y si digo que el libro es extraño es porque a mí me ha sucedido lo mismo que a Carrère: en condiciones normales, hubiera detestado a ese personaje altanero, violento, llevado por los excesos y con tal mejunje de ideas para un occidental bienpensante que resulta insoportable. Sin embargo, lo he admirado desde la primera página.

Como lector es cierto que uno podría pensar que ha caído en la trampa del escritor. Gracias a las habilidades finísimas de Carrère para construir un relato con sentido a partir de la vida de una persona, que es por definición algo amorfo y lleno de pasos erráticos sin un por qué aparente, podría pensar que me he dejado llevar por una película y acabar justificando lo injustificable, como cuando Limónov pasa por alto los crímenes de Stalin o el genocidio de la guerra de los Balcanes, en la que luchó junto a los serbios. Pero que esa simpatía la haya sentido el mismo biógrafo, que ha asistido a la vida del ruso sin filtros ni artefactos, da que pensar. Más aún, si consideramos que Carrère podría ocupar casi cualquier posición en el espectro ideológico occidental que va desde el liberalismo hasta el progresismo liberal (cosa que él mismo reconoce), por lo que difícilmente podría congraciarse con un autoproclamado fascista proletario, como se llama a sí mismo el ruso. Eppur si muove

En mi caso, el cariño y la identificación que he sentido con el Limónov de Carrère (lo digo así pues el mismo biografiado decía no verse reflejado en ese retrato) han sido casi inmediatos. Su amor por la poesía, su tendencia a callejear, con peleas y bandas incluidas, sus ganas de soñar, su sentido de la justicia y, sobre todo, su empeño en amar la vida más que a su sentido, como decía Dostoyevski, son rasgos que, aunque más suavizados, llegué a sentir yo también en mi adolescencia de chico desarraigado, en una ciudad de provincias, en la década de los noventa españoles.

Eduard Limónov, junto a su mujer Elena.

Limónov es alguien expulsado de su mundo que ve con su exilio en Estados Unidos cómo el continente al que llega tampoco lo va a recoger. Atrapado entre el autoritarismo de la Unión Soviética y el fanatismo capitalista se produce una inversión de valores entre lo que para él significa progreso y democracia y lo que entenderíamos nosotros.

Durante mis años en Berlín viví de refilón ese mejunje. Traté con unos cuantos polacos, algún ucraniano, rusos, húngaros, checos y bastantes alemanes orientales. Hablando con todos ellos encontraba casi siempre un denominador común: las categorías de izquierda y derecha tenían para mí un sentido que no lo tenían para ellos, la emancipación o la igualdad eran un estorbo a la hora de conseguir la ansiada libertad. Y así, donde yo veía la destrucción de la comunidad por la exacerbación del individualismo, ellos veían la más alta expresión democrática del yo. Exagerándolo un poco, me daba la sensación de que el mejor parlamento era para ellos un centro comercial. De modo que los más «progres» eran a menudo los que luego te soltaban un comentario que nosotros veríamos como derecha pura o se posicionaban contra el aborto, por ejemplo.

Todos ellos provenían de un mundo que de la noche a la mañana fue puesto patas arriba, a través de una revolución en toda regla (aunque neoliberal, capitalista), que provocó un cambio de raíz. Y eso da miedo, no genera ilusión. Porque, admitámoslo, aunque nadie lo haya dicho de esta forma, los países del Este vivieron en menos de ochenta años, casi la misma generación, dos revoluciones, ambas en nombre del pueblo, del bienestar y del progreso. Pero las dos arrasaron a la velocidad de la luz el mundo inmediatamente anterior.

Imagino que el desconcierto para todas esas personas tuvo que ser mayúsculo. Perder las referencias políticas, éticas, sociales e incluso personales en cuestión casi de meses es un impacto traumático difícil de concebir para quien no ha sufrido sobresalto alguno. Por eso, supongo que el personaje de Limónov me resulta tan inquietante y entrañable al mismo tiempo, tan distante y amigable, tan querido y desdeñable, porque no deja de ser una especie de rebelde, un paria que a fuerza de «coraje y cojones», como decía Mala Rodríguez, se comprometió radicalmente con unos valores. ¿Y qué valores son? La critica al poder establecido, la justicia social, el arte como herramienta de cultura, el estar del lado de los vencidos, la honestidad y la coherencia ética.

Y tal vez esté aquí el quid de la cuestión, en ese comprometerse. En una época en la que todo es mercancía de usar y tirar y todo es relativo al tamaño de la billetera que tengas, pegarse fielmente a unos valores, a una idea de justicia y de humanidad (aunque no sean las que compartamos exactamente) supone ya una actitud admirable. Si además, se hace hasta las últimas consecuencias de forma coherente, afrontando incluso el peligro de la propia vida y la cárcel, resulta definitivamente heroico. 

En nuestras vidas anodinas y planas necesitamos héroes para no morir de aburrimiento. Alguien que nos muestre que no todo es ese duty free en que han convertido el mundo. Necesitamos, de alguna manera, vernos alguna vez luchando con uñas y dientes, aunque sea en nuestras fantasías, contra este sistema caníbal. Yo no sé si Eduard Veniamínovich Savenko fue eso, pero Emmanuel Carrère ha logrado de forma maravillosa confrontarnos a través de Limónov con nuestras propias contradicciones. 

3 comentarios sobre “El compromiso Limónov

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  1. Dices con razón que el libro es «extraño» y adictivo.
    Sin duda porque la personalidad de Eduard Limonov es aún más extraordinaria (y bastante diferente) de lo que cuenta Carrère.
    Hay muchos análisis que los lectores occidentales pueden encontrar correctos, pero los rusos, al leer la traducción del libro, han notado muchos errores.
    Y Eduard Limonov, él mismo, no se reconoció en el personaje descrito por Carrère.
    Yo también, impactado por el libro, decidí investigar un poco y aproveché para hacer un sitio web dedicado a Eduard Limonov. Hay mucha información reciente que no está en el libro de Carrère, escrito hace 10 años.
    El sitio está en francés, pero traduje la primera página al español, aquí:
    http://www.tout-sur-limonov.fr/334947290

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