Epílogo I –
Durante sesenta y cinco entregas he estado apuntando en un diario mis impresiones, ideas y aventuras surgidas del confinamiento acaecido durante la epidemia del coronavirus. No he sido el único. Probablemente, miles de personas hayan ensayado su relato más o menos personal, más o menos ficticio. Por eso, quiero fijarme a lo largo de las próximas líneas en la forma del diario y en un texto que tuve mucho en mente durante esas semanas.
El diario, por definición, es una forma de narración entre lo personal y lo periodístico, entendido esto último, como la reseña del acontecimiento. Aunque pueda ser una apariencia o incluso un truco literario, los hechos contados guardan un orden cronológico y la voz de quien los narra coincide con la del autor, de modo que el efecto de veracidad conseguido en el lector es indiscutible. No hay una trama y se tiende a creer que los sucesos del diario son verdad, atribuyéndoselos a la persona real que está detrás del texto. El apunte, más o menos elaborado, es el estilo básico y a su escritura se le confiere también un carácter de improvisación e inmediatez que no se le da a la ficción, en principio, más compleja y trabajada.
Hay dos tipos básicos de diario. En uno, las anotaciones se suceden por la fecha. Digamos que se atiende más al apunte de lo vivido, bien sea de carácter personal, laboral o intelectual. Mientras que en el otro prevalece la experiencia del autor por encima de la fecha. Aunque ambos quieran dejar constancia de lo mismo, en el primero es la fecha la que da entidad a la anotación, al contrario que en el segundo, donde la propia naturaleza de la entrada va ligada a la reflexión que se hace.
Laurence Sterne con su Viaje sentimental por Francia e Italia se encuentra entre los que practicaron el segundo tipo, convirtiéndose en precursor de lo que más adelante serían los diarios de viajes tal y como los conocemos hoy día, una narración a caballo entre el apunte personal, la descripción geográfica y la reflexión.
Sin embargo, su libro no es exactamente un diario. Publicado en 1768, hasta ese momento lo más común en los diarios de viajes era el tono aséptico y descriptivo acerca de los lugares que se visitaba, el relato de los usos y costumbres de las gentes. Resultaban ser obras de consulta, donde se compendiaban los aspectos fundamentales de tal o cual lugar. El libro de las maravillas del mundo, de Juan de Mandeville (siglo XIV) o el Viaje de la tierra Sancta, de Bernardo Breidenbach (siglo XV) constituían volúmenes fundamentales para el conocimiento cultural que no podían faltar en ninguna biblioteca que se preciara.
Sin embargo, Sterne, al poner el calificativo de «sentimental» se adentra en una nueva forma de narrar los viajes, más subjetiva, más personal, en la que importa más la opinión que tiene su autor sobre un lugar, una persona o una costumbre que el propio objeto de su comentario. Es decir, lo importante es la subjetividad. Por eso, aunque haya una cronología, no se estructura en fechas, sino en los temas que trata, los cuales van conformando a lo largo del diario una suerte de geografía particular y afectada por las circunstancias personales que da pleno sentido a dicho calificativo.
En realidad, se puede considerar su relato como una novela con fondo ensayístico claro y apariencia de diario de viajes. La publicó sin terminar, quizás porque estaba oliendo ya su propia muerte, que le sobrevendría pocas semanas después, y como una especie de secuela, diríamos hoy, de su gran obra Tristram Shandy. El viaje desde Inglaterra hasta Francia, los lugares por los que va pasando, le sirven a su protagonista, Mr. Yorick, para hablar de su visión del mundo y de sus gentes, de las pasiones humanas, del amor y de sí mismo, de su actitud frente al mundo.

Así, se establece de primeras una ruptura con una de las reglas básicas del diario. La diferencia entre el autor del libro y el narrador. Ambos son explícitamente distintos, a pesar de estar escrito en primera persona. No solo hace saltar por los aires la identificación entre ambos que, en principio, era el pilar básico de la veracidad, sino que esa diferencia resulta ser uno de los elementos más modernos de su estilo. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el nombre del protagonista está tomado del bufón de Hamlet.
El juego de espejos entre narrador y autor vuelve el texto más real. Ambos terminan apareciendo como personajes de una historia en la que no se sabe qué forma parte de la verdad y de la ficción. ¿Acaso no es esto uno de los rasgos que define nuestra exposición diaria en las redes sociales, el mejor ejemplo de diario contemporáneo, la quintaesencia de lo real, con los entrevelamientos de un pseudónimo que deja ver nuestro nombre verdadero, al tiempo que esconde nuestra personalidad a base de exageraciones, posicionamientos bien escogidos sobre tal o cual tema y una imagen muy elaborada?
De hecho, dos son los elementos que dan carácter de diario a la narración del Viaje sentimental. Uno es la ubicación donde se halla el personaje en cada instante. Colocada entre paréntesis debajo de cada título, más que darnos una idea del espacio, nos ofrece un esquema del trayecto que recorre el protagonista. Mentalmente podemos trazar el mapa de su viaje. Y ahí es donde la historia queda asociada «sentimentalmente» a ese lugar, pues el desplazamiento espacial es revelado definitivamente como un recorrido más por las interioridades del autor que por la geografía europea.
El otro elemento es la selección de lo narrado, que no guardo tanto relación con una trama novelesca como con el propio devenir de sus apetencias a lo largo de su viaje. A pesar de que esto volvería el relato un tanto caótico, le hace mantener una coherencia y una unidad fuertes, debido a que es el autor-personaje quien hila todo, quien proporciona a la narración la continuidad que necesita para tirar de nosotros hasta el final.
En ese recorrido, todos los hitos se encuentran al mismo nivel, tanto un encuentro más o menos furtivo con una modista como una visita a la ópera de París. Lo importante es la mirada que el narrador vierte sobre ellos. Es aquí donde reside buena parte de la ironía que desborda el libro. La distancia entre la persona que escribe y la que cuenta, y al mismo tiempo la distancia entre el viaje físico y el sentimental, es lo que le permite a Sterne generar varios efectos.
En primer lugar, el humor. Dicha distancia hace aparecer sus peripecias como algo casi ajeno, lo cual le da la posibilidad de reírse constantemente de todo, incluido él mismo, a veces con sarcasmo, a veces con una acidez demoledora. En segundo lugar, una mirada crítica, gracias al análisis y al juicio que constituyen la base de su narración. Cada acontecimiento, cada persona que conoce surgen tras haber vertido sobre ellos sus razonamientos más incisivos. Y en tercer lugar, consigue el efecto de realidad de la ficción, porque cuanto más ficticia se ve la narración, más verdadera nos parece, más nos convencemos de que eso es lo que pasó, del mismo modo que los programas de telerrealidad hoy día son los que más horas llevan de producción y montaje.
Precisamente, la narración contemporánea se apoya, a menudo, en estos elementos. La confusión entre autor y narrador, los juegos entre el diario, el cuento y el ensayo o las dislocaciones en los espacios en los que muchos apuntes cotidianos de este confinamiento han incurrido son buenos ejemplos para ver hasta qué punto la obra de Sterne sigue estando absolutamente vigente.
La anécdota que sirve como pie para una reflexión de tono más social o político, ¿no es un recurso tan antiguo como la literatura que, sin embargo, está de absoluta actualidad entre los comentaristas de nuestro día a día? El detalle costumbrista, enfocado de manera antropológica, ¿no forma parte de ese viejo mecanismo que es la sátira para criticar aquellos elementos de la realidad que se dan por normales y aceptados, tan de moda entre nosotros?
Por eso, al menos desde el Viaje sentimental, sabemos que todo diario de viajes que se preste puede ser cualquier cosa menos inocente y superficial. Puede ser cualquier cosa menos un mero atestiguamiento de los días, aunque eso sea su máxima aspiración. Así, todo diario, si quiere convertirse de verdad en la narración del paso de los días, necesita subvertir precisamente su cronología y el espacio en el que se desarrolla. Y eso solo puede conseguirlo si juega a ser lo que no es.
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