Diario de una epidemia 47 –
Pues nada. Esta tarde me he ido al súper a comprar kilos de chucherías y guarradas para pasar el fin de semana, que promete ser uno de los más interesantes y con mayor suspense de los últimos años: entre el viernes y el sábado se celebra el concurso «La isla de los desconfinados».
Como se va a ir anunciando qué provincias pasan a la siguiente fase, en casa ya hemos ido haciendo equipos y apuestas. Mi hijo, que está muy puesto en el tema, lleva días haciendo listas con las distintas posibilidades, cruzando parámetros como el número de contagios por habitante, la capacidad de duplicar camas UCI en seis días y la cantidad de médicos de atención primaria por habitante. El tío es un crack. Ya le sale un cierto orgullo por la victoria. Yo le digo que no todo es matemático, que no se fíe de las tablas, que luego si pierde, se llevará un buen chasco. Pero él dice que lo tiene todo controlado.
Así, que su equipo es Asturias. Dice haber elegido caballo ganador. Y a mí me ha asustado su afán competitivo, porque nosotros hemos preferido tirar por el lado más sentimental. Mi chica apuesta por Valladolid y yo lo he hecho por Las Palmas.
Y es que parece que esto va a ser como una tómbola, donde si te toca el premio, podrás ir a tomarte una caña el día 11 con un par de amigos, eso sí, guardando la distancia de seguridad. Por eso, esta tarde bajé a comprar palomitas. Hemos colocado el salón y dispuesto varias pantallas, como si fuera la sala de control del presidente de los Estados Unidos, donde dirigen las operaciones encubiertas contra terroristas en Afganistán y esas cosas.

Mi hijo se ha puesto alarmas en los servicios de información sanitaria de todas las Comunidades para ir haciendo el seguimiento y me ha confesado que su madre no tiene ninguna posibilidad de ganar. Primero porque los datos son los datos y eso nunca falla, me ha dicho con una suficiencia que me ha pasmado. Pero segundo, porque ni siquiera la consejera de Castilla y León lo ha previsto en su plan, que dicho sea de paso, añadió, era como ese juego que les enseñó su profesora en la guardería, donde dibujas un seis y un cuatro y sale el rostro de tu retrato. Lo miré francamente impresionado, a punto de echarle una reprimenda, porque me parecía que no estaba la situación para tanto sarcasmo. Pero el niño no hacía más que reírse y reírse, mientras me sacaba tablas con los miles de millones de euros que había recortado el PP en camas de hospitales, personal, equipamientos, durante los treinta años que llevaba gobernando en nuestra comunidad, dándome a entender que ahí estaban los motivos racionales por los que no íbamos a pasar de fase. Y añadió de forma burlona si lo veíamos, si veíamos los datos, que ahí estaba todo, así de sencillo, aclarando que nuestro problema era que no queríamos ir a las fuentes y solo nos informábamos por la televisión, de manera que teníamos todas las papeletas de perder. Porque si nos tomáramos en serio todo esto, concluyó ya un poco más en serio, no dejaríamos que se juntara con sus amiguitos de la guarde cuando se encuentran por la calle ni nos pararíamos a hablar con el vecino sin mascarilla, pues eso solo nos hacía quedarnos más atrás en el concurso, por lo que dedujo que estábamos abocados a la mayor de las derrotas. Y dejó el móvil para terminar su torre de lego. En ese momento, me levanté y le dije que ya estaba bien, que esta noche no había cuento, por listo. Y me marché.
De modo que se presenta un fin de semana interesante y entretenido. Es posible que también haya algún que otro enfado, sobre todo, si el niño continúa con esa arrogancia que, sinceramente, no sé de dónde le habrá salido. Pero, en cualquier caso, pase lo que pase, ganemos o perdamos, estoy convencido de que lo importante es participar.
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