Noche de tripi

Diario de una epidemia 46 –

El otro día me acordé del Chauen, un amigo de la universidad que estudiaba matemáticas. Nos conocimos una noche en un bar al que solíamos ir los sábados, el Sifón, cuya especialidad era mezclar mejunjes con mucho alcohol y servirlos en porrones. Los compartíamos bebiendo a morro, algo que va a ser impensable a partir de ahora.

El caso es que una noche estábamos el grupito de siempre, sentados en una mesa, hablando de música, de filosofía o literatura, como era habitual entre nosotros en aquella época, pues disfrutábamos yendo a los lugares más ruidosos a mamarnos mientras sacábamos los temas más pesados para montarnos discusiones a vida o muerte, gritándonos, fumando mucho, echándonos en cara cosas como que a uno le gustara más Descartes que Platón o prefiriera Julio Cortázar a Borges, y se nos sentaron tres desconocidos al lado, en nuestra misma mesa. El bar estaba a reventar, como todos los sábados por la noche y eso era lo normal. Si pillabas hueco junto a alguien, no hacía falta decir nada, simplemente te colocabas y punto.

Al principio, los chavales estaban a lo suyo, bebiendo su porrón y riendo. Nosotros no les prestamos la menor atención. Mi amiga Lucía se había enzarzado en la típica polémica con mi amigo Pedro, sobre si la televisión emitía basura porque eso era lo que le gustaba a la gente o si había algún tipo de intencionalidad de embrutecer a la sociedad. Entonces, Pedro, que insistía en que tenemos lo que nos merecemos, se arriesgó a hacer un juego de palabras con la sentencia famosa de Hobbes, que el hombre es un idiota para el hombre. Sin mediar palabra, Lucía se levantó, clavó sus ojos en él y, apuntándole directamente al pecho con la colilla aún encendida, le espetó que se la arrojaría ahí mismo y lo quemaría por hereje, si no fuera porque eran amigos de toda la vida y sabía perfectamente que lo había dicho solamente por provocar, porque había que ser un hijo de la gran puta, gritó marcando todas las letras, para pensar eso de la especie humana, cuando nunca, pero nunca, habíamos vivido en libertad y regidos únicamente por nuestra conciencia, sino que siempre habíamos estado bajo el yugo de los poderosos y, por eso, para no llegar a más, concluyó con una sonrisa en la boca, se iba a pedir a la barra otro porrón, así que podíamos decirle si queríamos alguna cosa. 

Obviamente, los demás nos echamos a reír. Sabíamos de sobra que todo eso no era más que un numerito que solíamos montar cuando teníamos público. Nos encantaba ese tipo de exhibicionismo absurdo. Raúl, otro amigo, lo llamaba la desautomatización de los bares, dando a entender que hablando de esos temas como si fuera fútbol, rompíamos la dinámica habitual de embrutecimiento de la escena nocturna vallisoletana. Así de arrogantes éramos en aquella época.

Arce solitario, autor desconocido, 1906. Dominio público.

Sin embargo, al contrario de lo que solía pasar, aquel día nuestro público no se quedó en silencio. Uno de los desconocidos intervino. Comenzó a hablarle a Pedro de Hobbes, le dijo que para nada estaba de acuerdo con él y, cuando quisimos darnos cuenta, el chico estaba explicándonos cómo el inglés jamás entendió el concepto de la duda cartesiana, como demostraba su intercambio epistolar con Descartes, y cómo eso tuvo su importancia en el hecho de no entender la matemática analítica fundamental, lo cual llevó a Hobbes a apoyar planteamientos más pragmáticos y a la postre, añadió marcando «a la postre», más individualistas, lo cual serviría como base al pensamiento liberal que básicamente era eso, pensar que el hombre es malo por naturaleza. Y continuó enseñándonos a todos qué era el espacio euclídeo y la relación que tenía con las posiciones éticas, mucho más humanistas, del filósofo francés. Este era Chauen, quien se convertiría desde ese instante en uno de nuestros colegas fundamentales, y el primero de otra carrera que no fuera de letras.

Pues bien, me acordé de Chauen porque al poco de conocernos, le pregunté por su peculiaridad, es decir, por qué no fumaba ni bebía, algo que, sinceramente, en aquellos tiempos era extremadamente raro y, encima, te abocaba a una marginalidad dura, debido a que los bares eran auténticas fábricas de humo y no servían nada más allá de refrescos y zumo de piña como alternativa al alcohol. Entonces me contó que unos años antes había tenido una experiencia psicotrópica. Me reí sin comprender muy bien. Al parecer, con dieciocho, probó una noche un tripi, el LSD, me aclaró por si acaso seguí sin entender. Y le dio fuerte. Se pasó cerca de siete horas con paranoias, pensando que la policía le perseguía, creyendo que iba a perder a sus amigos y sin posibilidad de quitarse aquella sensación de encima. Un infierno, recalcó, una verdadera putada de noche. El caso es que luego se tiró meses pensando en el asunto, por qué le había pasado eso, de dónde le había salido esa especie de manía persecutoria, si él era un chico normal y en su día a día no sufría ese tipo de percepciones. Así, que después de leer mucho sobre el tema, me dijo, había llegado a la conclusión de que la droga no le había aportado nada que él no tuviera ya dentro de su cabeza. Es decir, que no le había alterado en el sentido de inducirle un estado artificial, sino que simplemente había exagerado algo que ya tenía. La paranoia, le pregunté, y asintiendo me aclaró que por eso ni bebía ni fumaba desde entonces. Para explorar otros mundos, soltó entre risas, ya tenía los suyos interiores.

A Chauen no lo he vuelto a ver desde que me fui a vivir a Berlín. Perdimos el contacto y no ha habido forma de reencuentro ni nada. No sé dónde andará. Pero se me vino a la cabeza aquella conversación precisamente por eso de que las vivencias solo sacan de nosotros lo que ya tenemos dentro, de una manera u otra. Aunque igual no lo sepamos. Aunque igual sea un aspecto casi oculto de nuestra personalidad. Me pareció importante tenerlo en mente estos días tan extraños. Se me vino a la cabeza cuando vi que justamente los partidos más nacionalistas, españoles y catalanes, no querían apoyar una nueva prórroga del estado de alarma, como si estos cincuenta días que llevamos de encierro hubiesen sido puro cachondeo.

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