Cuatro poemas –
La escritora portuguesa, para más señas, de Lisboa y con orígenes daneses, publicó en 1972 Dual, libro que la crítica no duda en situar en la cumbre de su andanza poética. Si me han resultado interesantes sus versos es porque colocan la muerte en el centro de su discurso.
Desde hace algún tiempo me persigue la idea de que al ser humano contemporáneo le falta reconciliarse con la muerte. Entendámonos: no es que uno pueda siquiera concebirla, pero sí andamos un poco perdidos por el hecho de no saber qué hacer con ella. Empeñados en mirar para otro lado, no solo es un tabú, sino también un inmenso agujero negro de sentido que cuando aparece no sabemos cómo interpretar.
Y tal vez, lo mejor sería entregarse a él. Entre la ausencia de creencias religiosas y una visita al psicólogo que nunca es suficiente, hemos preferido relegar la experiencia de la muerte a los polígonos industriales y sus tanatorios, junto a las escombreras y las naves de plásticos.
Sophia de Mello, por el contrario, afronta la oscuridad de la muerte con luz y palabra. Sin esquivar la idea del luto, la ausencia, la pena o la presencia rememorada.
Quién sabe si en estos tiempos de replanteamiento de nuestro papel en la Naturaleza, no deberíamos también preguntarnos sobre la posibilidad de un acercamiento a la muerte. No para constatar nuestra fugacidad, algo que deberíamos tener claro a estas alturas, sino para aceptar la incompletud que nos conforma hasta que no llega el instante final.
La edición que he manejado es la de Assírio & Alvim, Porto Editora, 2014.
PLAZA PEQUEÑA Mi vida había tomado forma de pequeña plaza Aquel otoño en que tu muerte se organizó meticulosa Yo me aferraba a aquella plaza porque amabas La humilde humanidad nostálgica de las pequeñas tiendas Donde los dependientes doblan y desdoblan cintas y otras cuentas Porque te ibas a morir yo procuraba hacerme tú Y la vida entera dejaba allí de ser la mía Igual que sonreías tú yo procuraba sonreír Al vendedor de prensa al vendedor de cigarrillos Y a la mujer sin piernas que vendía violetas Yo le pedía a la mujer sin piernas que rezase por ti En todos los altares yo te encendía velas En las iglesias a los lados de esta plaza Después abrí para leer los ojos La vocación escrita en tu rostro de lo eterno Yo invoqué las gentes las calles y lugares Que fueron testigos de tu rostro Para que te llamaran para que deshicieran Los nudos que la muerte entretejía en ti MUERTE Qué círculo o triángulo podrá cercarte Para que te detengas mía y demorada Para que no desciendas la escalera EURÍDICE Tu rostro más antiguo que todos los navíos En el gesto blanco de tus manos pétreas Las olas erguían su quebrar de pulso En ti yo celebré mi unión con la tierra EN NOMBRE En nombre de tu ausencia Construí con locura una casa grande y blanca Para llorarte por el largo recorrido de sus muros

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