Diario de una epidemia 33 –
Hay un evidente peligro de romantización del confinamiento, me soltó la otra tarde un amigo, el peligro, continuó, de que esto terminara convirtiéndose en una especie de aventura épica para recordar.
Mi cara de asombro y de no estar comprendiendo nada de lo que me decía tuvo que ser tan evidente como para que Edu, colega mío desde hacía cinco o seis años, desde los tiempos en que construimos el primer Podemos, lo percibiera a través de la mala conexión del wasap, pues se adelantó a mi pregunta y con su característico sentido teórico de las cosas, me aclaró que había toda una retórica burguesa en la canción de Resisteré, como si fuese algo impostado, y pronunció «retórica burguesa» marcando cada sílaba, como una manera de dejar claro que lo que venía a continuación era un análisis sociopolítico basado en sus lecturas de Plejánov, pues cada vez que juntaba «retórica» y «burgués», cosa que sucedía con cierta frecuencia en nuestras conversaciones políticas, yo ya sabía que llegaban curvas.
Me dijo que la canción te hacía verte como una especie de héroe, pero a la inversa. Y eso cómo era, le interrumpí. Pues porque quien la había escrito lo había hecho ya desde una posición acomodada, me devolvió, pues tenía que saber interpretar el sentido de su resistencia que se volvía acción precisamente en un futuro hipotético enunciado por esos «cuando» con los que se iniciaba cada verso. Pero no había nada de un eh, las estoy pasando putas, tengo la cuenta medio vacía y no me volverán a contratar, de donde resistir podría ser una actitud de dignidad de clase, para nada, sino que más bien se remitía todo a un momento en el que las cosas pudieran irle mal, de lo que deducíamos que ahora le iban bien. De modo que nuestro héroe resistía sentado cómodamente en su sofá, continuó su explicación mientras se levantaba y daba vueltas por su salón, es decir, no era más que un ser pasivo, alguien que no hacía nada por impedir que las cosas se pusieran chungas, alguien que únicamente realizaba prognosis para los malos momentos, y ¿no era eso como una especie de hobbit del Señor de los anillos, el paradigma del señor medio burgués?, pues el héroe, por definición, siempre luchaba por restablecer algo quebrado en la comunidad, es decir, en plan positivo, ofreciendo una especie de don, mientras que el vecino de Resistiré simplemente esperaba a que no le arrebataran nada. De ahí que no fuese un héroe activo, como lo era Superman o, incluso, el príncipe de Cenicienta, si lo prefería. Era simple y llanamente, un héroe pasivo, a la inversa.
Mientras cogía una cerveza del frigo y le invitaba a Edu a que hiciera lo mismo en su casa, no pude reprimir una carcajada, pues solo él era capaz de hacer ese tipo de análisis, mezclándome el materialismo histórico de sus enfoques con los libros de Tolkien. Se lo dije. Le dije que era un crack, que solo él podía hacer eso y me encantaba, aunque no llevara razón y tuviera un puntito un poco hater el planteamiento con el que estaba analizando la canción, porque rezumaba odio y resentimiento, pero de ese que hay en las redes sociales, que consiste básicamente en dejarse llevar por un enjambre de encapuchados digitales para participar gustoso en linchamientos. Así, que no llevaba razón, seguí explicándole, porque además tenía que saber que la canción esa la había compuesto un tipo cuyo padre había sido represaliado durante la dictadura, con lo que el trasfondo de la letra iba más por el lado de hacerse fuerte, de crecerse ante las adversidades, inspirado en su padre que estuvo en la cárcel, por lo que no, no estaba de acuerdo con eso de que estábamos romantizando el confinamiento, es más, me parecía una de sus chorradas intelectualoides para advertir que no podíamos olvidarnos de aquellos que lo estaban pasando muy mal.

Pero a Edu no le convenció mi argumento e, imitándome con lo de la cerveza, porque según sus palabras, yo sí sabía, joder, yo sí sabía, se abrió una lata, le dio un buen trago y, tras saborear a fondo las burbujas, me dijo que me estaba aburguesando, que seguro que después de los aplausos de las ocho, cantaba yo también Resisteré, aunque en mi caso cantaría la versión del Dúo dinámico, que me daba más empaque, lanzando esto último con un sarcasmo que de siempre me había hecho partirme de la risa. Así, que tuve que darle la razón, aunque solo fuera para poder reírnos un rato y seguir con la broma, porque era verdad que lo estábamos romantizando, que vivíamos en nuestra burbuja de confinamiento, le concedí de manera burlona, casi deseosos de permanecer en casa para el resto de la vida, pues total, si lo que había fuera no era más que gente y ruido. De hecho, continué con la broma mientras le daba un buen sorbo a mi cerveza, tenía que confesarle que de vez en cuando hacía ejercicios de bajada a la realidad, para que no se me subiera lo de estar tranquilo en mi sofá.
Lo de bajar a la realidad le interesaba a mi amigo, y lo señaló poniendo cara interesante como de pedirme más detalles. De modo, que le respondí que sí, que había algunos días que me daba por hacer propósito de enmienda. Me levantaba y mientras tomábamos el desayuno, escuchábamos a Losantos, así, echando espuma por la boca y odiando a diestro y siniestro, haciendo llamamientos a golpes de estado antes de las nueve y pidiendo la intervención militar a las nueve y media. Escuchándolo tan solo un rato nos daban ganas de marchar sobre Madrid y, de camino, invadir Marruecos. Pero esto solo eran los entrantes. Acto seguido, y para rebajar aun más el sentido romántico de tanto encierro, me conectaba a los canales de Vox, cantábamos su himno electoral, el novio de la muerte, mientras poníamos un vídeo de ataúdes desfilando por Gran Vía y otro de Abascal arengando a las mujeres. Y esto ya nos iba metiendo en situación, continué explicándole a mi amigo mientras soltaba carcajadas, porque, claro, un chute de Losantos y otro de Abascal por las mañanas era lo mejor para pisar la tierra. Sin embargo, no nos quedábamos ahí. A medio día recorríamos los telediarios de La Sexta, Telecinco y, para terminar por todo lo alto, el de Antena 3, de modo que llegábamos al postre, ahora sí, un poquito acojonados, entre la conspiración internacional, el comunismo judeomasónico y el virus como medida eugenésica del gobierno. Y, entonces, justo antes de ir a dormir la siesta, para dejarnos en un estado de pánico que resulta ideal para mezclarlo con los sueños, nos veíamos unos vídeos de Trump haciendo una especie de discurso estilo coronanazi, con miles de barbudos derechistas armados hasta los dientes,para darle una dimensión internacional al miedo y evitar cualquier tentación de pensar que en otras partes del mundo la cosa podría ser un poco más romántica.
Así, que apurando mi cerveza, le pregunté a Edu qué le parecía, si todo eso era o no una forma de evitar la idealización del confinamiento o todavía teníamos que cortarnos las venas en directo, porque con él no había descanso, todo tenía una lectura doble, no había manera de salir a aplaudir sin más a nuestros sanitarios. Pero él no dejaba de reírse a carcajada limpia, hasta que después de unos segundos, soltó un suspiro de alivio y me dijo que había estado muy guay, que vaya alivio las risas que se había echado. Y me dio las gracias.
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