Dormitar

Diario de una epidemia 5 –

No hay mayor placer que el de sentirse dormitando, dijo un francés en las postrimerías del siglo XVIII, que también anduvo confinado, aunque no por un virus. Ese gran momento en la cama en el que entreabres el ojo, intuyes la hora, pero te das media vuelta seguro de poder alargar el placer horizontal al menos un ratito más. 

Se trata de un difícil equilibrio entre tener la suficiente conciencia como para saber que aun se está dormido y encontrarse tan relajado como para perder casi en ese mismo instante la noción de todo. El placer no está en dormir, sino en sentirse dormir, que es propiamente el fondo de «dormitar». Sin embargo, la clave reside en un elemento exterior. Hace falta la intervención de alguien o algo que nos haga tomar conciencia de nosotros mismos. Tu pareja, por ejemplo, deambulando por ahí, al otro lado de la puerta. El vecino que ha puesto música clásica también. Pero no tu hijo de tres años que espera la mínima ocasión para saltar encima de la cama. 

Hace años un amigo me contó que ese era precisamente uno de los recuerdos de mayor disfrute de la casa de sus padres, cuando los sábados por la mañana, pasaban el aspirador y  él postergaba el momento de levantarse arrullado por el ruido del motor. 

Me ha venido hoy todo esto a la cabeza porque en estos días tengo unos cuantos amigos que lo están pasando solos. Además, trabajan y sé que el factor «soltero y sin hijos» ha sido determinante para mantenerlos en la calle. En nuestra peculiar versión productivista de «las mujeres y los niños primero», los jóvenes, sin pareja y sin familia son los últimos. O dicho de otro modo, están en la primera línea contra el virus. Han asumido más horas de oficina, los turnos de guardia, muchas hora extras, cubrir a compañeros con niños o mayores a su cargo, estar más tiempo en la caja del supermercado o haciendo labores de limpieza.

Hibisco en Miami, Florida. Autor desconocido. 1900. Dominio Público

Lo digo porque el sistema siempre elige. Establece su orden y sus preferencias. Y en este nuevo mundo replegado en la supervivencia que está naciendo, los solteros sin familia se llevan una parte poco sabrosa del pastel. No quiero con esto hacer clasificaciones o escalas donde, al final, uno se sienta menos importante o valioso que otro. Ya tenemos demasiado de eso en el trabajo. También están los mayores que viven solos y las familias monoparentales, por poner dos ejemplos más. Sé que todos tenemos nuestra situación. Yo, por ejemplo, me centro en la de una familia a tres con un niño bien pequeño, lo cual a más de uno podrá resultarle aburrido, insulso, arrogante, privilegiado o, incluso, cishetero. Allá cada uno con sus narrativas de la vida. Lo único que quiero decir es que estos amigos míos, además de hacer como en ese vídeo en el que un chico brinda consigo mismo en las cuatro esquinas de su cuarto de baño forrado de espejos, como si fueran distintos invitados a su fiesta, debe salir a trabajar. Y su jefe se lo dijo bien claro, que su situación familiar en estos momentos era decisiva. 

Estoy seguro de que también tendrán sus ratos buenos. Así me lo transmiten por teléfono. Pero también supongo que se les debe hacer un poco cuesta arriba algún que otro momento. Mi amigo Javi, por ejemplo, que en realidad vive con su pareja desde hace años sin estar casados, lo cual para el sistema es irrelevante, se quejaba el otro día de esta situación. Él, que siempre había sido un defensor del vivir sin papeles, ahora me confesaba amargamente su arrepentimiento por no haber pasado por el juzgado. Total, exclamó, si solo es un puto certificado. Pero yo no creo que debiera hacerlo. Fue su opción de vida, tan lícita como otra cualquiera. A mí me parece, le dije, que ahora más que nunca, uno debería pararse a pensar, reflexionar sobre nuestros valores y principios, pero sin desprenderse de ellos a la primera de cambio. Aunque confieso que el dilema no es nada fácil de resolver. 

Espero que, al menos, también ellos se sientan dormitar. Con alguna canción del vecino o, aunque sea, con la batidora de los de abajo, que últimamente no hacen más que usarla. Espero que esto valga como una especie de homenaje rápido «al cuidador desconocido», pues también ellos, aunque en otras actividades, velan por nosotros. 

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